martes, 1 de julio de 2014

Nieve en el desierto

Máscaras. Cáscaras. Muros. Protecciones. Quitamiedos. Capas. Cebollas.

Cuántas veces me he sentido subida en una encimera y vapuleada para que muestre lo que hay debajo de mi piel blanca. Cuántas veces he rechazado ser parte del sofrito. No soy una cebolla cortada, soy una cebolla completa con todas mis capas. Dejo que me las quite quien quiero que me las quite, con años, con paciencia, con cariño. No soy una Roma que se consigue en un día ni en dos. Ya no.

Soy una cebolla completa y completa quiero seguir estando. Me he prometido que completa, con todas mis capas, estaré siempre, hasta el día que me muera. De lo contrario habrá lágrimas, y no seré yo quien las llore. Y no de cocodrilo, lágrimas de verdad. Y cuantas más lágrimas haya, más picarán los ojos porque así somos las cebollas cuando no se nos toma tal y como somos y cuando se nos quiere "cortar" con determinado patrón. No importa cuántas maquinitas se tenga para cortarnos, siempre haremos llorar si no nos dejan ser como somos.

Toda mi vida me rebelaré a ser parte de ese mejunje de calificaciones y clasificaciones de la sociedad, a todos esos patrones. A veces seré una santa, a veces seré lo que empieza por P. Unas veces seré una madre, otras una hija, otras veces una maestra, tu ángel y tu peor enemigo. 

Soy una cebolla. Soy imposible. Soy lo que existe sólo en tu imaginación. Soy lo que escapa a toda la lógica. Soy tú. Soy yo. Soy nieve en el desierto.

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