viernes, 16 de febrero de 2018

Ese que no se olvida

Contigo descubrí muchas cosas, me descubrí a mí misma, descubrí lo que es sentirse deseada, lo que es amar y ser correspondida. El primer amor, ése que no se olvida, a mí me pilló algo mayor, y a ti, también. Recuerdo nuestro primer beso, que fue tan mágico que no he vuelto a vivir ninguno igual. Y con los años, veinte han pasado ya (¡qué barbaridad!) pienso que fue el beso más bonito, romántico y tonto (adorablemente tonto) que me han dado en mi vida. Todavía tengo vivo el recuerdo de tu boca en la mía, el grosor de tus labios, la dulzura con la que descubrí ese tacto. No he vuelto a sentirme tan cómoda con alguien, aunque no tuviera nada de ropa y fuera la primera vez que me desnudara contigo, y no he vuelto a sentirme tan guapa como me hacías sentir tú. No he vuelto a estar con nadie tan romántico, ni que dijera piropos tan bonitos, ni que fuera tan cortés, ni tan amable, ni tan educado, ni tan... todo.

Hubo también momentos feos. El final fue feo. Yo quería libertad, experimentar, tú querías algo serio, compromiso, una relación en condiciones. Yo era una cría y tú habías estado creciendo. Lo nuestro se me antojó imposible. La distancia, que se había roto gracias a los besos virtuales, se convirtió cada vez más en un charco imposible de saltar. No te lo negaré: nadie me ayudó y me sentí sola, sola y desamparada, en un quiero y no puedo. Y me abandoné a otras personas, que no pudieron llenar el vacío, que no daban besos igual ni eran iguales a ti, porque no podía haber otro tú. Mucho tiempo después, por fin superé que lo nuestro era imposible y asumí lo que había decidido. Tú seguiste, querías recuperarme, asumiste tu responsabilidad porque habías madurado y lo tenías muy claro, pero yo había tomado una decisión y por obra y gracia del orgullo decidí darte la espalda de una vez por todas. Quemé mis naves. Te dije que no quería nada, que fuésemos solo amigos. Tú pensaste que era porque había encontrado a alguien mejor. Yo me mordí la lengua.

Pasaron los años, seguimos siendo amigos. Seguiste en mi cabeza. ¿Cómo estará, cómo le irá? Y miraba, observaba, con cariño, con nostalgia y crecientes canas. Hice mi vida, me recuperé de aquel amor imposible. Me casé, tuve hijos. Seguiste presente, en mi vida, en mi corazón, de alguna manera. La vida habría sido muy diferente si hubiera escuchado a mi corazón aquella Navidad, cuando sólo contaba con diecinueve primaveras, y hubiese cogido un avión sólo de ida, pero tampoco puedo pensar en que tomara la decisión equivocada, porque gracias a todo eso hoy soy quien soy. Pero me gusta pensar que, en otro Universo, en otra vida, seguimos juntos, lo conseguimos, y nos va bien. Veinte años después.

martes, 13 de febrero de 2018

Primero yo

Es una etapa tardía, puede ser, para darme cuenta de que no me he amado en mi puñetera vida. Por otro lado, la nunca es tarde si la dicha es buena.

Recuperarse a uno mismo no es fácil cuando hay tanta interferencia. A veces uno se pregunta, ¿qué soy? ¿Quién soy? ¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Por qué los demás ven en mí cosas que yo no soy capaz de ver en el día a día, y sí en el long-run?

Y aquí ando, rediseñando mi mapa de carreteras personal.