martes, 30 de septiembre de 2014

Seis de la mañana

A las seis de la mañana hay un reloj que me despierta, pero que no tiene alarma. Me levanto, voy al baño y compruebo que, tal y como esperaba, es noche cerrada. Hace frío, un frío que nunca pensé que haría a estas alturas del año.

Vuelvo a la cama enfundada en sueño, pensando en que aún me queda una hora y cuarto de placer bajo mis sábanas, el placer de Morfeo y su arena del sueño, el placer de tu olor y tu piel mientras duermes a mi lado. Me acurruco junto a ti y pienso que quizá dentro de un año tengamos un polizón en la cama que no nos deje dormir, así que por eso me pego más a ti, con mi incipiente tripa por delante, haciendo partícipe al ya polizón de lo que supone dormir contigo: una de las cosas más maravillosas de este mundo. Y sólo son las seis de la mañana.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Bajo la lluvia

Hay instantes mágicos, de ésos que llenan tu vida de pequeñas y valiosas cosas. Eran las dos y media, tarde para alguien que come a horario inglés, y he salido a la calle a comer, como siempre, mi tupperware con mi comida casera que siempre llevo. Me disponía a salir cuando he visto un montón de gente volver al edificio, empapada. Entonces he sonreído y he salido a la calle, tupperware en mano.

He comido hoy bajo la lluvia, en un recodo donde no me mojaba más que los pies, enfundados en sandalias de tacón. Mi cerebro tarareaba una canción conocida con una letra adaptada a la situación. Ha pasado una compañera, que me ha gritado "¡te vas a mojar!" en un tono maternal. Le he mostrado mi pulgar en señal de "todo bien" y he seguido comiendo, escuchando las gotas hacer plic plac ploc en el suelo, admirando la posibilidad de que en esta ciudad pueda seguir lloviendo a pesar de tener un cielo azul inmenso y precioso justo encima. Entonces ha salido el arcoíris, mientras las gotas brillaban a mi alrededor por acción del sol. Una bonita llovizna, el sol, el arcoiris y buena comida, ¿se puede pedir más?

sábado, 20 de septiembre de 2014

La fórmula del milagro

Estrógeno, progesterona, gonadotropina coriónica humana, prolactina, lactógeno placentario, relaxina, oxitocina. Son los ingredientes que bullen en mis venas, todos juntos, para dar paso a un conglomerado de emociones. Es la fórmula magistral del milagro, la que hace posible la vida y que todo me dé igual. La que hace posible que, por primera vez en mi vida, salga de mi caparazón de introvertida y diga a otros en la cara que no me importa lo que digan, la que hace posible que lo realmente importante sea lo verdaderamente importante y ninguna pose, ni ninguna opinión ajena. Sólo nosotros y nuestra pequeña lenteja, en nuestra pequeña burbuja repleta de felicidad y besos.

Me llevaría así el resto de mi vida.


Decisiones acertadas

Hace poco hizo cuatro años que abandoné la ciudad que me vio nacer y crecer para irme a la ciudad donde mi marido tiene a su familia. Vinimos con una mano delante y otra detrás, yo salía de un trabajo que me estaba haciendo infeliz y que casi me cuesta la vida (sin exagerar), él salía de un periodo de sequía total, y ambos nos lanzamos al vacío.

Tomamos una serie de decisiones de las que, no lo negaré, me arrepentí durante mucho tiempo. Irse a vivir a una ciudad de 100000 habitantes cuando la ciudad en la que te has criado tiene diez veces más y es como cinco veces más grande es un cambio enorme. La falta de oportunidades es muy evidente también cuando la ciudad es más pequeña. Pero con el tiempo se gana la perspectiva de quien allí, con un coste de la vida mucho más grande, habría acabado en la miseria para darse cuenta de que aquí se sobrevive, y que con poco vives bastante bien.

Y aunque es verdad que lo he pasado mal en esta ciudad, y que he pateado sus calles envuelta en desesperanza, y que me he quejado hasta la saciedad de su costumbrismo y su paletismo, y que tengo la ciudad donde nací en un pedestal, me doy cuenta de que me ha dado oportunidades que jamás habría encontrado en otro lugar. También he encontrado un sitio, una vocación y dentro de poco un plan de futuro a largo, larguísimo plazo. Siendo realistas, aunque me encantan las ciudades grandes, son un puñetero agujero negro en el que a la primera de cambio pasas a ser un número. Aquí la gente te conoce por la calle, se sabe tu vida y tu nombre, pero cuando se es introvertido como yo no tienen mucho donde rascar para cotillear porque ni mi marido ni yo damos pie a la carnaza chismosa, sencillamente por el tipo de carácter que tenemos los dos. Así que vivimos bien, no tenemos problemas ni tenemos que luchar contra hordas de trabajadores jóvenes sobrecualificados para hacer el mismo trabajo de currito que te permite alimentarte. Es más, como todo el mundo te conoce, en cuanto trabajas bien es muy fácil progresar. Si me paro a pensarlo, no habríamos tenido la posibilidad de formar una familia si hubiéramos salido al extranjero, así como tampoco habríamos podido hacerlo si nos hubiéramos quedado en el agujero negro de la ciudad en la que nací, ganando 1200 euros al mes para pagar un piso de 60 m2 por 700 euros. Con esas condiciones es imposible tener familia, ni relaciones, ni vida.

Así que me siento agradecida por las decisiones que considero acertadas, agradecida con la vida y agradecida porque no he perdido a la gente que he dejado atrás, tampoco muy lejos pero lo suficiente como para echarlos de menos. Sé que la ciudad que me vio crecer, sus colores vibrantes y esa sensación de "es tan grande que es obscena" siempre seguirá ahí, no cambiará, y que siempre podré regresar. Aunque la verdad, no sé para qué regresar cuando nos hemos demostrado, los dos juntos y por separado, que el hogar está donde está nuestro corazón.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Vampiros

Parece que las mujeres somos una especie diferente de naturaleza vampírica, que vamos absorbiendo lentamente el ánimo y las ganas de vivir de nuestros congéneres por el simple placer de estrujar su corazón. Eso es lo que me dieron a entender este fin de semana en una conversación bastante hostil.

Mi interlocutor, quemado hasta la médula, de ida y de vuelta de la vida, realmente no se estaba dando cuenta de lo que estaba diciendo. No creo que ninguna de las mujeres que conozco encuentre placer en estrujar corazones ajenos. Es más, no creo que ninguna de las personas que conozco encuentre placer en ello. Simplemente creo que hay veces en las que la gente necesita poner distancia. No es cuestión de ser malvado o no, o de ser una criatura vampírica, es cuestión de que resulta muy difícil definir una línea inquebrantable para con ciertas personas, cuando la otra parte no hace más que traspasar esa línea. Cuando te retiras para protegerte de una intromisión a tu espacio vital/intimidad, al considerar que ha habido un exceso de confianza, sucede que la otra persona queda con la sensación de haber sido estrujado porque ha dado más de sí de lo que el otro ha pedido. Así de simple.

Creo que las relaciones humanas tienen un tiempo en el que se van marcando diferentes distancias, de más lejanas a más próximas. Atrás quedó aquella una edad en la que me impresionaban las peticiones de mano al mes de haberme conocido, o las amistades del alma que de pronto te cuentan que de pequeño sus padres le pegaban. Ese tipo de cosas, ahora, me provocan urticaria. Para mí, las relaciones, sean de lo que sean (amor, amistad, negocios) se generan despacio, a fuego lento, como un buen guiso. ¡Así sabe más rico!

jueves, 11 de septiembre de 2014

Lo que no quiero vivir

No quiero vivir una guerra mundial, ni quiero que la vivan mis descendientes. No quiero tener que ponerme una máscara de gas, ni ver más torres derrumbándose. No quiero ver más lisiados por acción de la guerra, ni que los capten los medios de des-información. Yo sólo quiero vivir un baile infinito, en el que todos nos sacudamos al ritmo de la música.


domingo, 7 de septiembre de 2014

Bendita lluvia

Dormíamos. Soñábamos con una discoteca un poco muermo en la que sonaba "Rasputín" de Boney M y todo cambiaba. Bailábamos como locos. Por un momento me daba igual botar o no botar, estábamos bien, era un sueño. Hemos abierto los ojos al día y el sonido de la lluvia era rítmico en la ventana, como una canción disco. Un DJ celestial ha decidido poner Boney M para despertarnos a todos, marcando el ritmo con las gotas. Y una sonrisa se ha asomado a nuestra cara. Bendita lluvia.


viernes, 5 de septiembre de 2014

Como Nerón

Arde el cielo, arde la ciudad, arde mi vida y se transforma. Arde la lluvia, que ahora es ácido sulfúrico y quema todo lo que toca. Caen abajo los muros opresores, las desventajas, la sensación de estar encerrado en una existencia en la que nada es seguro, todo es incertidumbre. Arde mi Roma particular, y me siento Nerón por un día: soy una emperatriz loca a la que le gusta quemar cartuchos de vidas pasadas, acabar con existencias a punta de guadaña, liberarse de cadenas con una antorcha y algo de aceite.

El fuego es purificador y es liberador, e intento no mirar atrás si no es para darme cuenta de lo que se ha destruido, lo que se ha cambiado y el sacrificio que cuesta siempre derruir algo que, como Roma, se pensaba que era eterno. A partir de ahí, todo huele a nuevo, a limpio. Y vuelta a empezar, a reconstruir una existencia desde los comienzos. Con la salvedad de que esta vez no estoy sola.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Por la mañana

Me enfundo en lo primero que pillo, con mis tacones bajos y majos, voy medio dormida por la calle como una maraña de pelo rizado en busca del pan de todos los días. A veces más temprano, a veces más tarde, pero siempre por la mañana. Siempre me convenzo de que necesito ponerme a mí misma a prueba, así que voy cambiando de itinerario. El cambio que no se puede evitar para aprender a vivir, me digo.

Pero hay cosas que nunca cambian de ese periplo de mi casa al edificio donde me gano el pan. Por ejemplo, los gritos de las pescaderas de la esquina y el esquivar las cacas de las palomas que se ponen, muy en fila, a esperar a que pases para descargar su munición. Las cabronas. O el conductor que decide que no eres lo suficientemente grande como para dejarte pasar en un paso de peatones. Al final tienen que poner mensajes que a los peatones nos achantan, a los conductores no tanto. Que en X sitio, 3 de cada 4 muertos en accidentes de tráfico era peatón. Que los achanten a ellos, que yo también voy a ganarme el pan por la mañana.

Como por la mañana me enfrento al vecino de los piropos soeces. Madre del amor hermoso, hay que lavarle la boca con Mistol a ese señor. Así que para no escuchar me pongo mi música, mi pequeño compañero que siempre va cargado de notas sobre la felicidad y otras extrañas costumbres, acompañadas por una melodía. Y así la mañana se despereza, mi maraña de pelo se estira y yo vuelvo a la rutina de todos los días, sonriendo y pensando en el día que comienza y que huele a nuevo, como un libro recién abierto.

martes, 2 de septiembre de 2014

Una visión sobre el inmovilismo de los caracteres

No hablo de los caracteres que componen esta entrada ni las anteriores. Hablo de las personalidades.

Hubo una vez quien me dijo que "todo el mundo puede cambiar", una frase llena de idealismo y muy atractiva para gente como yo, pero que reflejaba, desde mi punto de vista, un mensaje ideado para dar una aparente sensación de autocontrol, en mi opinión más que falaz.

La verdad, no creo que la gente cambie a partir de cierta edad. Obviamente que modificamos, poco a poco, ciertos aspectos de nuestra conducta y comportamiento. Pero no podemos cambiar de la noche a la mañana a) nuestra bioquímica cerebral, b) las conexiones que hemos creado durante años y años de entrenamiento y c) nuestra propia tendencia genética a ser de determinada forma. Por eso creo que es una falacia tremenda lo de "cualquiera puede cambiar si se lo propone, incluso si es muy mayor". A partir de cierta edad creo que no es posible. Se pueden crear hábitos, pero crear un hábito no creo que sea cambiar una personalidad completa. Considero que una cosa es el comportamiento y otra muy diferente la personalidad: el comportamiento es cambiante, adaptable y permeable, la personalidad tiene mucha más complejidad, en mi opinión, de la que ningún estudioso haya llegado todavía a atisbar (¡ánimo psicólogos!).

lunes, 1 de septiembre de 2014

Reyezuelos

Quizá por mi carácter, quizá por la forma en la que me educaron, me cuesta mucho mandar a callar a la gente. Dejo que hablen, la mayor parte del tiempo sin decirles eso de "me importa un culo lo que me estás contando", pero por una cuestión de decoro. Después espero que hagan lo mismo conmigo. Mi decepción es previsible cuando veo que no son capaces de escuchar. Es entonces cuando desconecto y, como Sara Bareilles, miro los coches pasar mientras mi interlocutor vomita sus abundantes conocimientos sobre mi vida, la última película de algún cineasta sobrevalorado o la longitud de su propio ego/pene/lo que sea. Los dioses saben que intento empatizar, pero especialmente después de la séptima demostración de ego, por mi propia cordura (si es que aún me queda de eso), irremediablemente desconecto del monólogo absurdo. Que no se diga que no tengo paciencia.

Encuentro que este tipo de personas son especialmente enjuiciadoras de la vida ajena. Esto me solía hacer sentir muy infeliz porque yo tenía que hacer feliz a los demás (ay de mí si no lo hacía). Creo que con los años estoy intentando curarme de eso y por eso cada vez me da más igual lo que piense la gente de fuera, especialmente lo que se apabullan en su propia verborrea e intentan apabullarme a mí. Reconozco que durante un tiempo me apabullaron, porque este tipo de personalidades megalómanas son tremendamente carismáticas. Reconozco también que, para intentar hacer felices a los demás, yo me mimeticé con este tipo de personas (es que es guay parecer carismático), pero es que me hacía infeliz a mí misma convertirme en a) algo que no soy y b) un tipo de fauna, el reyezuelo de nada, que abunda en las relaciones humanas. Con el tiempo me he acabado dando cuenta de que el peso de su corona y su genialidad les abruma tanto que no se dan cuenta de que llevan toda su vida con la cabeza torcida mirándose el ombligo. Triste estar tan vacío como para acabar dando consejos y órdenes a quien no te las ha pedido.