lunes, 15 de septiembre de 2014

Vampiros

Parece que las mujeres somos una especie diferente de naturaleza vampírica, que vamos absorbiendo lentamente el ánimo y las ganas de vivir de nuestros congéneres por el simple placer de estrujar su corazón. Eso es lo que me dieron a entender este fin de semana en una conversación bastante hostil.

Mi interlocutor, quemado hasta la médula, de ida y de vuelta de la vida, realmente no se estaba dando cuenta de lo que estaba diciendo. No creo que ninguna de las mujeres que conozco encuentre placer en estrujar corazones ajenos. Es más, no creo que ninguna de las personas que conozco encuentre placer en ello. Simplemente creo que hay veces en las que la gente necesita poner distancia. No es cuestión de ser malvado o no, o de ser una criatura vampírica, es cuestión de que resulta muy difícil definir una línea inquebrantable para con ciertas personas, cuando la otra parte no hace más que traspasar esa línea. Cuando te retiras para protegerte de una intromisión a tu espacio vital/intimidad, al considerar que ha habido un exceso de confianza, sucede que la otra persona queda con la sensación de haber sido estrujado porque ha dado más de sí de lo que el otro ha pedido. Así de simple.

Creo que las relaciones humanas tienen un tiempo en el que se van marcando diferentes distancias, de más lejanas a más próximas. Atrás quedó aquella una edad en la que me impresionaban las peticiones de mano al mes de haberme conocido, o las amistades del alma que de pronto te cuentan que de pequeño sus padres le pegaban. Ese tipo de cosas, ahora, me provocan urticaria. Para mí, las relaciones, sean de lo que sean (amor, amistad, negocios) se generan despacio, a fuego lento, como un buen guiso. ¡Así sabe más rico!

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