jueves, 23 de abril de 2015

Dolor versus sufrimiento

Era una tarde cualquiera, parecida a las que había tenido hasta ese momento, pero empecé a notar que me encontraba diferente, que había algo raro. Me eché en el sofá a ver una serie que nunca había visto, sólo por relajarme un poco, y a ratos me quedé dormida. No pude comer mucho aquella tarde ni aquella noche, y sencillamente me dejé llevar por el vaivén de aquel movimiento, un movimiento gozoso, un dolor a ratos exquisito. Nunca había notado un dolor tan profundo ni tan claro, pero no había sufrimiento, sólo gozo.

Cuando levanté a tu papá para irnos al hospital eran las 4 y media de la mañana. Había dormitado entre contracción y contracción, me había duchado para asegurarme de que no eran de mentira, y las estaba contando con una aplicación de móvil más engorrosa que otra cosa. Ni por ésas se me habían parado. Así que nos fuimos. Pero nada más llegar al hospital sucedió lo que dicen algunos expertos en el tema: que el parto es un proceso que sufre de miedo escénico, y el hospital para tu madre es el peor de los escenarios. Así que todo empezó a hacerse irregular. Me conectaron a unos monitores para mirar tu frecuencia cardíaca en cada contracción, la gente entraba y salía. Me sentía una alien en un planeta de protocolos absurdos, con obstetras que te meten la mano y cuando te quejas porque estás sensible te dicen "no he metido la mano todavía". Me dijeron que me conectaban a otro monitor, entre explicaciones confusas sobre frecuencias, contracciones y demás. Las contracciones casi pararon. Cada vez que entraba alguien tu papá tenía que salirse, y aquello parecía más un aeropuerto que un hospital, así que estuve mucho tiempo sola. Luego me pasaron a una sala de espera. Estaba de sólo 1 cm, me iba a casa contigo todavía en mi barriga.

Pero me volvieron a llamar. Me dijeron que el segundo registro de monitores, el más largo, estaba bien, pero que en el primero estabas con un poco de taquicardia. Taquicardia las que me dais a mí, pensé, con las limpiadoras gritando mientras una está conectada a una máquina que funciona a ratos, que hay que darle para que pille la frecuencia cardíaca del bebé, dándole todo el tiempo para que el niño esté "despierto", así no me extraña que se paren las contracciones y que haya taquicardias. Nos propusieron una prueba. Conectaron otra vez los monitores e hicimos un ensayo general del parto, tú y yo, con ayuda de la química. Aguanté 40 minutos de sufrimiento (aquello sí fue sufrimiento) que tú soportaste como una campeona, es decir, bien dormida. Me entraron ganas de decir "¿Veis? Mi niña sí que es fuerte, no ha nacido y os come a todos con patatas".

Me volvieron a ver y me dijeron que todo estaba bien, y quise irme a casa. Pero me dijeron que no, que me podía poner de parto. ¿Hola? Pero si me habéis dicho que me podía ir a mi casa a dilatar tranquila en cuanto acabara la prueba. Y de nuevo, otro tacto (éste hecho con cariño por una doctora diferente, todo hay que decirlo). 2 cms y medio, seguía sin estar de parto, pero estaba dilatando y total, iba a tener que volver en media hora porque a partir de los 3 se considera progreso del proceso. "Y dilatar igual puedes dilatar aquí que en tu casa" (y un cuerno, en mi casa dilato mucho mejor con mi pelota de pilates, mis técnicas de relajación, mi serie favorita y mis gatos, y sobre todo pudiendo deambular). Al final me ingresaron, me dieron el camisón reglamentario y para dentro. Me duché, almorcé tranquilamente y entonces me relajé, libre totalmente de contracciones y charlando animada con la compañera de habitación. Quise dormir una siesta. Eran las 2 y media de la tarde, y entonces comenzó la función.

Mi cuerpo expulsó toda la mierda que le habían metido, pero le había gustado el rollo así que empezó a producir hormonas por sí solo. Llegaron los dolores, los de verdad. Dolor tras dolor, hasta me tiré al suelo, buscando una posición cómoda. Dormité entre contracción y contracción cuando pude. Estaba muy cansada. Llegó una matrona, me volvió a reconocer y me dijo las palabras que sonaron en mi mente como un coro de ángeles celestiales "4 centímetros y medio, estás de parto y vas muy rápido. A paritorio". Eran las cuatro menos cuarto de la tarde y había dilatado otros dos centímetros en una hora. Me sentí como si me hubiera montado en un tren del que ya no me podía bajar hasta el final del trayecto, y en el que todo lo que podía hacer era pasar el rato de la forma más fluida posible.

En paritorio presenté mi plan de parto, las matronas me saludaron y me presentaron. Estaba muy contenta. Me preguntaron si quería epidural y dije que no, que el dolor no es lo mismo
que el sufrimiento y que yo no estaba sufriendo, que tenía un dolor gozoso. Me trajeron óxido nitroso, pero la mejor anestesia vino en forma de mano. Tu papá, muy cerca siempre, omnipresente y casi omnipotente para aquel cerebro animal y primitivo que salía con cada contracción, era la tabla de salvación y su mano el símbolo de que todo se puede conseguir si tienes fe.

Me prepararon la bañera, pero el fantasma del sufrimiento fetal y de los monitores de las 6 de la mañana todavía planeaba por aquel paritorio. La matrona no quiso pillarse los dedos y me dijo que si no estábamos seguras de que todo iba bien no me iban a meter en la bañera. Pensé "bueno, pero tengo un parto natural que era lo que yo quería" y le contesté "en fin, somos mamíferos de tierra". Busqué una posición más cómoda, de lado, en la que soportar las contracciones, las matronas me ayudaron. Eso sí, en cada contracción tenían que clavarme más el monitor fetal, me dolía casi más que las contracciones, pero no me lo podían quitar. Quería moverme y no podía porque estaba enganchada a esa máquina endemoniada. Pero como me estaba quejando me dejaron un rato tranquila y de pronto oí un "¡plop!". "No, bebé, no hagas eso", dije, como si tuvieras la culpa, pero obviamente no lo era. Había roto aguas espontáneamente y el líquido caía a chorros por la silla de partos. Casi lloro al pensar que definitivamente iba a dejar de sentirte dentro de mí, que ya no íbamos a ser una sola persona, que aquello significaba que el final de ser una entidad estaba próximo.

Pasó algo de tiempo, yo no era consciente de cuánto (o cuán poco). Estaba de 7 cms de dilatación cuando sentí necesidad de empujar y no pregunté: lo hice. La matrona me miró extrañada y me preguntó "¿Ya tienes ganas de empujar?" Dije que sí, que me moría de ganas, que era urgente y que me aliviaba. Sabía que no estaba en dilatación completa pero que me lo pedía el cuerpo. No me pusieron pegas, me dijeron que si notaba ganas lo hiciera. A las dos contracciones me volvieron a revisar. Estaba en dilatación completa y eran las 6 menos cuarto de la tarde. Me explicaron que había cuatro planos en el expulsivo y que tú estabas en el primero, íbamos a hacer una prueba a ver la fuerza que tenía al empujar. Llegó una contracción y lo hice por probar, llegaste a posición tres. Me puse muy feliz y pensé que no era tan difícil, además empujar me aliviaba. Así que en cada contracción empujé todo lo que pude. Notaba cómo te movías en cada una de las contracciones, siempre te agradeceré cómo te adaptaste para salir de mí, lo viva que estuviste, el trabajo en equipo que hicimos, fue un placer poder notar cada uno de tus movimientos en tu camino hacia la vida.

Tres empujones más y saliste. Primero la cabeza, la recuerdo como algo fácil aunque me asustó un poco pensar en que tenías la cabeza fuera y el tronco todavía dentro, era como algo de cine gore, como tener un alien entre las piernas. Me reí ante mi propio pensamiento. También había leído que se formaba una sensación de quemazón en el expulsivo, pero yo no noté nada de eso y lo estuve asimilando durante una décima de segundo, como un "Expectativa vs realidad". No me dio más tiempo a pensar en nada, llegó otra contracción y salió el resto de tu cuerpo, primero tus hombros y tras ellos todo lo demás como un caballo desbocado, resbalando. A las seis y diez de la tarde llegaste al mundo. Te intentaron poner en mi pecho pero el cordón era muy corto, así que tuvieron que esperar un par de minutos a que dejara de latir, tu papá cortó el cordón y nada más estar conmigo te enganchaste a mi pecho. Tu papá me dio muchos besos. Me dijo que había empujado conmigo, que él había parido igual que lo había hecho yo, que había en todo esto una fuerza sobrehumana y que él había estado luchando para que yo no me cayera de la silla de partos, pero que le había costado. Me hizo reír.

Y así viniste al mundo. Fue doloroso, pero no sufrí. Fue con diferencia el dolor más gozoso de mi vida. Cuando apareciste ya no hubo más dolor, sólo una necesidad de salir corriendo, de llevarte a mi cueva y protegerte. Para mí será un honor ser tu madre y criarte. Tu llegada me ha enseñado también a valorar al pedazo de compañero de vida que elegí hace ocho años. Tu padre es un gran hombre, de verdad. Aparte de guapo. Y está loco contigo. Todos estamos locos contigo, a mí me cuesta recordar un momento en mi vida en el que fuera más feliz que ahora mismo. Así pues, así viniste, y si alguna vez me lo preguntas, así te lo explicaré. Viniste con dolor, pero no con sufrimiento, sino con gozo y con felicidad. Tu manera de venir al mundo fue mi forma de reivindicar que podemos pedir un nacimiento como queremos para nuestros hijos, pero que hay que seguir luchando por hacer valer nuestros derechos. Espero que para cuando tú seas madre, la cosa haya cambiado.

domingo, 19 de abril de 2015

¿Qué es estar sano?

El 1% de la población es considerado psicópata, entendido este fenómeno como un desajuste en la glándula pineal que hace que las personas no tengan empatía, normalmente no sueñen y tengan altas necesidades de ser el centro de atención y de controlar las vidas de los demás. Es un porcentaje increíblemente alto.

El 53% de los menores en EEUU tiene TDAH. Si ya se considera alto el índice de psicopatía, el de TDAH ya es la repanocha. Los niños están medicados con metilfenidato y, ya de camino, sus madres también. Pastillita a pastillita de anfetaminas, conseguimos que las mamás sean supermamás y, como diría Silvia Federici, que lleven a cabo sus tareas productoras y reproductoras sin acarrear problemas de desajustes en la sociedad, en tanto que el capitalismo se sustenta en ese porcentaje de trabajo gratis y reproductor (sin trabajadores no hay producción y hay que producir más trabajadores).

Después de ver estos datos me planteo quién está sano y qué es estar sano. El Sr. Darcy, muy psicólogo él, dice que se está sano en tanto que el posible problema de uno no le afecta en su vida diaria. Pero el niño con TDAH (y su madre) está medicado y el psicópata está haciendo las vidas de los demás imposibles, y eso tiene que afectarte en tu vida diaria, o eso creo yo en mi inocencia e ignorancia más profunda sobre la Psicología moderna. No voy a hablar de las conspiraciones de las farmacéuticas porque no me considero conspiranoica a estas alturas de la vida, más bien soy consciente de que las farmacéuticas tienen que vivir, y que viven de este tipo de situaciones que la sociedad pone a huevo.

Tenemos que redefinir qué es estar sano mentalmente, o los métodos de diagnóstico, o algo, pero hay que hacerlo.

viernes, 17 de abril de 2015

Corría el año 2007

Corría el año 2007, hacía calor y todavía no habíamos empezado a salir. Yo me estaba mudando de vida y de relaciones, y había hecho la portabilidad de mi teléfono para irme al piso nuevo, aquel de 36 metros cuadrados en el que viví unos meses. Por eso, cuando volvía a mi antigua casa usaba la Wifi del vecino (qué piratilla) hasta que un día dejó de funcionar.

Debido a eso te dejé con la palabra en la boca en el messenger, donde ya hacías combinaciones de tu nombre y el mío, cosa que me extrañó un poco (por ir tan rápido), pero que entendí que no hacías con mala intención. Conociéndote, es que lo estabas pensando pero no estabas re-pensando lo que podía suponer aquello para mí. Te pasaste la noche entera escribiendo y, a la mañana siguiente, me encontré con que tenía un correo tuyo con un .doc muy largo lleno de palabras en las que me contabas tu vida. Fue suficiente para conocerte un poco más y, no lo negaré, el empujón que me faltaba para decirte que me gustabas mucho. Nunca te habías abierto tanto cuando cenábamos juntos, ni cuando nos tomábamos el descanso, ni cuando fuimos a comer croquetas en aquel restaurante vegetariano en el que nos sirvieron una cocacola que no era cocacola (¿te acuerdas?).

Quién me lo iba a decir aquel año 2007, que acabaría combinando tu nombre con el mío y formando una familia. Quién me iba a decir que me cuidarías cuando me rompiera una pierna, que estarías ahí en el momento más difícil de mi vida, cuando creía que casi moría, y que celebraría contigo tantos cumpleaños, tantas Navidades y tantos fines de año. Quién me iba a decir que te llevaría al hospital en mitad de una gastroenteritis, que secaría tus lágrimas, que contigo me sacaría un Máster, o que gracias a tus ánimos conseguiría metas que me había propuesto y no me sentía capaz de conseguir, y a la primera. Quién me iba a decir que tendríamos hijos. Eres el viento en mis alas, me elevas y, si me caigo, eres quien me devuelve la fe en que puedo hacer cualquier cosa que me proponga con tan sólo un poquito de ganas. Me has ayudado tanto durante estos años que sólo puedo estar agradecida por devolverme las ganas de volver a ser yo misma, de sonreír y también de reír a carcajadas. Quién me lo iba a decir aquel verano de 2007.

miércoles, 15 de abril de 2015

Relaciones disfuncionales

El tema en las relaciones disfuncionales es que están llenas de problemas. Los humanos nos sentimos impelidos a solucionar problemas.

O también lo llamamos Síndrome de Estocolmo. Indefensión aprendida. Hay tantas palabras para un sentimiento que me vuelvo loca.

Creo que voy a llamar al Sr. Darcy con el que vivo, a ver qué opina él. Seguro que opina que hay algo muy racional por el cual dejar atrás el Síndrome de Estocolmo. Seguro que es capaz de describírmelo con pelos y señales.

Ojalá fuera tan racional como él.

martes, 14 de abril de 2015

Cuánto has cambiado...

Cuando me encuentro con gente del pasado me dicen que he cambiado mucho. No lo creo. Creo que siempre fui así de cabezota para mis propios valores y de flexible para las independencias ajenas. Puede parecer contradictorio, pero para mí es vital encontrar y luchar por mantener ese equilibrio. Es como respirar o beber agua.

El quid de la cuestión no es que haya cambiado mi personalidad ni mi forma de pensar, sino que ha cambiado mi comportamiento. Hace unos años no sólo no me atrevía a decir que había cosas con las que no estaba de acuerdo o que iban en contra de mis valores personales, sino que además disimulaba que estaba conforme con lo establecido por esa persona. ¿Quién era yo para decir abiertamente que no estaba de acuerdo con algo o que un comportamiento iba en contra de todo aquello en lo que creía? ¿Quién era yo para dar la espalda a alguien por tener una opción diferente? No me metía (ni me meto) en las decisiones de los demás, allá ellos si hacían y hacen lo que sea. Pero a mí no me sentaba bien, creo que yo debería haber sido consecuente con mis valores y haber puesto tierra (de forma figurada) de por medio en cuanto sintiera que chocaba con mi propia escala y que verdaderamente me violentaba o me llevaba a situaciones en las que no quería estar como efecto colateral del comportamiento de esas personas. A veces pienso que lo hice porque todavía no encontraba el equilibrio entre esas cosas que para mí no son negociables y no quiero en mi vida, y mi sublimación de la libertad individual y el libre albedrío. Ahora, aunque alguien tenga una opinión diferente, me pregunto "¿Choca mucho con mis valores?". Normalmente, no. Pero si el tema no es negociable, hago mutis por el foro y desaparezco. Es mi forma de alejarme de personas que me parece que pueden traer toxicidad a mi vida.

domingo, 12 de abril de 2015

Terror

Estoy en casa, estoy sola. Mi bebé duerme en la cuna, en mi habitación. Un rostro conocido está en la casa conmigo, no sé cómo ha entrado pero está dentro. Me agarra y me fuerza, sobre todo a base de golpes. Estoy en el suelo. Mi bebé empieza a llorar, la oigo desde el pasillo. El rostro conocido, que ahora es el rostro del terror más puro del que nunca he tenido conciencia, entra en mi habitación, coge a mi niña y le pone una manaza entre la boquita y la nariz. Me levanto, le araño, le pego, le doy patadas. El tipo ni se inmuta, se ríe. Mi bebé se pone azul. Ya no respira. Se vuelve hacia mí, oliendo a ese hediondo sudor que recuerdo bien, con su sonrisa maltrecha. Lloro por mi bebé. Me obliga a besarle y siento sus dientes filosos y su lengua, intrusiva y desafiante. Repugnante. Me mira mientras se dispone a violarme, me golpea una y otra vez y me dice "Ahora ya no tienes nada que te impida no hacer lo que yo quiera".

Me despierto entre sollozos. Estoy sola en la cama, pero te oigo en el despacho, estás despierto. Respiro aliviada cuando noto que la bebé sigue en mi barriga, a salvo. Le doy un meneo suave a la tripa y se mueve. Por la ventana entra la luz del día. Me levanto y voy a la ducha. Entras en el baño y me saludas, extrañado porque habíamos quedado en levantarnos temprano para hacer recados, son más de las 10 y estabas ya pensando en ir a despertarme. Te cuento lo que he soñado, todavía medio en shock. Sacas al psicólogo a pasear un rato y no te lo impido. Me dices que no pasa nada, que nunca se sueña con personas a las que no conocemos y que probablemente tenga algún tipo de asociación violenta con esa persona, que yo estoy traduciendo como violencia física en mi sueño.

En la calle llueve, pero con el transcurrir de las horas el sol sale dentro y también fuera. Poco a poco, el terror se desvanece. Medito sobre significados. Creo que mi sueño habla de lo mucho que me ha costado liberarme de mi propia opresión y vivir la vida que yo quiero, todo el trabajo interno y externo que a diario tengo que hacer en este trabajo a tiempo completo que, como tú siempre dices, es ser feliz. No tiene nada que ver con caras específicas asociadas al terror o al control, sino con situaciones en las que una persona siente que puede perder mucho porque ya lo tiene todo. Soy afortunada siendo independiente y autosuficiente incluso en tiempos de crisis, al haber podido elegir con quién compartir mi vida y cuándo ser madre. Veo noticias de matrimonios concertados, de violencia doméstica y de personas en el paro, y me doy cuenta de que otras personas en el mundo no tienen esa suerte.

sábado, 11 de abril de 2015

Atenciones

Podría pensarse que a cualquiera le gusta que le hagan caso y que se preocupen por uno, y es cierto, nos sentimos queridos cuando eso pasa. El problema es cuando esa preocupación se vuelve insistente. Cuando las llamadas se suceden una tras otra, cuando los whatsapps, en lugar de ser una herramienta de comunicación se convierten en una herramienta de control que interrumpen la hora de la cena, la hora de la película, la hora del romanticismo o la hora de darse un baño relajante. Por eso hace muchos años que silencié mi WhatsApp y sólo lo miro de cuando en cuando a lo largo del día.

Está guay que se preocupen por mí y me lo hagan saber, pero no hay que montar un drama si no contesto en dos horas, o tres, u ocho. Menos aún cuando esa supuesta preocupación surge de que a otras personas les están metiendo presión para saber qué tal estoy. Pues cómo voy a estar, preñada hasta la boca. Lo que quiero hacer es dormir, comer y salir a dar paseos, no estar pendiente de la gente. Honestamente, no he pedido toda esa atención, he pedido que me dejen tranquila. Tampoco quiero ser una excusa para que alguien alimente su ego mediante la piedad ajena, porque por una vez sean el centro de atención a costa de cosas que me están sucediendo a mí, y que quiero vivir con la familia que he elegido tener, no con la vecina de la hija de la amiga de... a quien no conozco de nada. Y si preguntan a mi familia y no hay noticias que dar, pues no hay noticias que dar. ¿Qué más da?

Mi instinto me dice que tengo que estar tranquila, hacer las cosas a mi ritmo, disfrutar de los besos y las caricias, y de una vida apacible con mi Santo Varón y mi tripota. Nada me parecería más terrorífico ahora que atender visitas y sentirme mal por hacer perder el tiempo a personas si resulta que nuestra hija decide llegar algo más tarde. También me gustaría irme a dormir al sofá blandito, si resulta que en la cama no me puedo mover bien una noche, o tirarme a ver una peli a las 5 de la tarde sin dar explicaciones. Cosas que no puedo hacer con visitas pululando, por muy en mi casa que esté.

Creo que no es tan difícil entender que quiero vivir esta etapa de mi vida de la forma menos disruptiva posible. Me pregunto si es muy diferente la posición que estoy adoptando y la necesidad de no buscar esas atenciones de fuera de "la burbuja", con respecto a la actitud que tendría cualquier otra mamífera. Siempre he oído eso de "deja a la gata, que está buscando sitio para parir" o "no toques a los gatitos, deja que la gata los toque y los lama antes". Mi cachorrita y yo no somos muy diferentes, me parece. Mientras tanto, yo quiero tener tranquilidad e intimidad, incluso hoy el Santo Varón me decía que quería disfrutar de estos últimos días siendo sólo nosotros dos. Me parece tan normal... pero, ¿tan difícil es entenderlo?

miércoles, 8 de abril de 2015

Furtivamente

Ayer te levantaste enfermo, con la cara verde y las ojeras que te llegaban al suelo. Insististe en ir a trabajar, en hacer cosas, pero nada te salía a derechas. No fue un día bueno ayer para ti, y tampoco para mí. No pude rendir como me gusta, ni aprovechar el día escribiendo, ni hacer todas las cosas que tenía que hacer. Me llamaron cabezona por WhatsApp (ten familia para esto) por querer hacer las cosas como yo quiero, y lo reconozco: me sentó mal. Entonces llegaste. Fuera estaba nublado, encima te habías dado un golpe en la rodilla y cojeabas. Estuviste en el médico y, cuando volviste, te propuse ver una película juntos, sin que tuvieras que moverte para que reposaras. Luego pedimos pizza. Y de pronto, mientras caía el sol, yo sentí que amanecía. Me sentí mecida en tus brazos, en nuestro sofá, cubiertos de mantas hasta arriba. Mi día empezó a ser día en aquel momento.

Hoy ha amanecido soleado. Te has quedado en casa porque sigues enfermo y con la cara verde, morada y de todos los colores. No tengo ganas de hacer nada, tengo ganas de pasar el día contigo, aunque estés malo. Tengo ganas de decirte lo mucho que te quiero, como lo haría una amante que te escribe cartas de amor porque no se atreve a decírtelo a la cara. Tengo ganas de decirte que me haces feliz aunque no me hayas dejado dormir sonándote la nariz y dando vueltas en la cama, porque todo eso es secundario. Te quiero hasta echando el bofe por la boca. 

A veces me siento idiota por no darme cuenta de lo que tengo en mi casa más a menudo, por no darme cuenta de lo muchísimo que te quiero y de lo feliz que me haces. Me siento tonta por protestar por naderías cuando lo realmente importante está en nuestros corazones, en nuestra burbujita. Y soy más tonta aún. Heme aquí, escribiendo furtivamente sobre sentimientos cuando estás en la habitación de al lado, probablemente vegetando por culpa de la fiebre, vulnerable y sintiéndote pequeño. Creo que voy a ir a la habitación a darte un beso y regalarte una sonrisa. Basta de acciones furtivas. Lo necesitas y lo necesito.

miércoles, 1 de abril de 2015

Buenos días, Mr. Darcy

- ¿Pero el Sr. Darcy no es el del prejuicio? - me preguntas.
- No, es el orgullo - contesto.
- ¡Pero yo no soy orgulloso! - protestas.

Me río mucho, si bien me siento impelida a explicarte el porqué digo que estoy casada con el Sr. Darcy. Antes de que saques el orgullo y me mandes a paseo, aunque a mí me haga mucha gracia.

- El Sr. Darcy - explico - tiene una curiosa forma de demostrar su amor. Por ejemplo, le dice a Elizabeth que tiene una casa muy bonita justo antes de declarársele. Ya ves, qué romántico es el muchacho.
- Yo soy romántico - me dices.
- Sí, ¿sabes cuál es tu concepto de romanticismo, el cual encuentro absolutamente adorable aunque exasperante a ratos?
- ¿Cuál?
- Si por la mañana digo que necesito dormir 5 minutos más, investigas mi ruta al trabajo y te pasas una tarde entera decidiendo con qué ruta puedo ahorrarme 7 minutos. Y esa noche, justo cuando vuelvo del trabajo, me entregas el itinerario que necesito hacer para poder estar 5 minutos más en la cama y llegar 2 minutos antes a la oficina. Y me lo entregas con una sonrisa perfecta, una cara de cachorrillo enamorado y un "Toma, porque te quiero". Ése es tu concepto de romanticismo.

Te quedas pensando, digiriendo mis palabras mientras te lavas los dientes. A los diez segundos, sonríes y luego empiezas a reírte. Asientes. Sabes que es verdad.

- ¿Y por eso soy como el Sr. Darcy? - me preguntas, mientras me miras pícaramente.
- Sí, justamente por eso.
- Entonces te pareces a la protagonista - replicas, aunque no te has leído la novela pero eres tan inteligente que infieres que Lizzie es el prejuicio en la historia.
- ¿A Elizabeth? - murmuro - La verdad es que sí, un poco. Es así idealista como yo, y tiende a prejuzgar a la gente. Eso es lo que le pasa con el Sr. Darcy. Ella ve orgullo pero en realidad él es como una patata social.
- ¿Qué pasó con ellos al final de la novela? - tu cara refleja interés, casi puedo verte leyendo a Jane Austen.
- Que se casan.
- ¿Y son felices? - preguntas, justo antes de enjuagarte la boca.
- Mucho - te replico, y sonrío.
- Pues eso es todo lo que importa.

En fin, con qué naturalidad ves las cosas importantes en una situación. Qué envidia sana me das.


Abro la ventana

Hace calor y abro la ventana. Y aunque no llego al teclado, me pongo a escribir sabiendo que quizá sea lo último que haga antes de que cambie mi vida para siempre.

He abierto la ventana porque quiero que entre el aire fresco, el sonido de la calle, el ruido de unos niños que gritan en el patio. La ciudad se despereza después de la siesta, esa siesta que es deporte nacional y que ahora se toma para recuperar fuerzas en medio de días de devoción y juerga. Para mí debería haber siesta también, pero hoy me estoy consintiendo a base de cafeína, pues dentro de unos días no sé si sólo me daré ese gusto a base de descafeinados. Y no es lo mismo el con que el sin, como no es lo mismo dentro que fuera.

Así que no necesito siesta, pero necesito aprovechar el momento del impulso, de las letras. Y por eso me encierro, pero abro la ventana, para dejar paso al aire nuevo, a las nuevas situaciones, a la nueva vida.