jueves, 23 de abril de 2015

Dolor versus sufrimiento

Era una tarde cualquiera, parecida a las que había tenido hasta ese momento, pero empecé a notar que me encontraba diferente, que había algo raro. Me eché en el sofá a ver una serie que nunca había visto, sólo por relajarme un poco, y a ratos me quedé dormida. No pude comer mucho aquella tarde ni aquella noche, y sencillamente me dejé llevar por el vaivén de aquel movimiento, un movimiento gozoso, un dolor a ratos exquisito. Nunca había notado un dolor tan profundo ni tan claro, pero no había sufrimiento, sólo gozo.

Cuando levanté a tu papá para irnos al hospital eran las 4 y media de la mañana. Había dormitado entre contracción y contracción, me había duchado para asegurarme de que no eran de mentira, y las estaba contando con una aplicación de móvil más engorrosa que otra cosa. Ni por ésas se me habían parado. Así que nos fuimos. Pero nada más llegar al hospital sucedió lo que dicen algunos expertos en el tema: que el parto es un proceso que sufre de miedo escénico, y el hospital para tu madre es el peor de los escenarios. Así que todo empezó a hacerse irregular. Me conectaron a unos monitores para mirar tu frecuencia cardíaca en cada contracción, la gente entraba y salía. Me sentía una alien en un planeta de protocolos absurdos, con obstetras que te meten la mano y cuando te quejas porque estás sensible te dicen "no he metido la mano todavía". Me dijeron que me conectaban a otro monitor, entre explicaciones confusas sobre frecuencias, contracciones y demás. Las contracciones casi pararon. Cada vez que entraba alguien tu papá tenía que salirse, y aquello parecía más un aeropuerto que un hospital, así que estuve mucho tiempo sola. Luego me pasaron a una sala de espera. Estaba de sólo 1 cm, me iba a casa contigo todavía en mi barriga.

Pero me volvieron a llamar. Me dijeron que el segundo registro de monitores, el más largo, estaba bien, pero que en el primero estabas con un poco de taquicardia. Taquicardia las que me dais a mí, pensé, con las limpiadoras gritando mientras una está conectada a una máquina que funciona a ratos, que hay que darle para que pille la frecuencia cardíaca del bebé, dándole todo el tiempo para que el niño esté "despierto", así no me extraña que se paren las contracciones y que haya taquicardias. Nos propusieron una prueba. Conectaron otra vez los monitores e hicimos un ensayo general del parto, tú y yo, con ayuda de la química. Aguanté 40 minutos de sufrimiento (aquello sí fue sufrimiento) que tú soportaste como una campeona, es decir, bien dormida. Me entraron ganas de decir "¿Veis? Mi niña sí que es fuerte, no ha nacido y os come a todos con patatas".

Me volvieron a ver y me dijeron que todo estaba bien, y quise irme a casa. Pero me dijeron que no, que me podía poner de parto. ¿Hola? Pero si me habéis dicho que me podía ir a mi casa a dilatar tranquila en cuanto acabara la prueba. Y de nuevo, otro tacto (éste hecho con cariño por una doctora diferente, todo hay que decirlo). 2 cms y medio, seguía sin estar de parto, pero estaba dilatando y total, iba a tener que volver en media hora porque a partir de los 3 se considera progreso del proceso. "Y dilatar igual puedes dilatar aquí que en tu casa" (y un cuerno, en mi casa dilato mucho mejor con mi pelota de pilates, mis técnicas de relajación, mi serie favorita y mis gatos, y sobre todo pudiendo deambular). Al final me ingresaron, me dieron el camisón reglamentario y para dentro. Me duché, almorcé tranquilamente y entonces me relajé, libre totalmente de contracciones y charlando animada con la compañera de habitación. Quise dormir una siesta. Eran las 2 y media de la tarde, y entonces comenzó la función.

Mi cuerpo expulsó toda la mierda que le habían metido, pero le había gustado el rollo así que empezó a producir hormonas por sí solo. Llegaron los dolores, los de verdad. Dolor tras dolor, hasta me tiré al suelo, buscando una posición cómoda. Dormité entre contracción y contracción cuando pude. Estaba muy cansada. Llegó una matrona, me volvió a reconocer y me dijo las palabras que sonaron en mi mente como un coro de ángeles celestiales "4 centímetros y medio, estás de parto y vas muy rápido. A paritorio". Eran las cuatro menos cuarto de la tarde y había dilatado otros dos centímetros en una hora. Me sentí como si me hubiera montado en un tren del que ya no me podía bajar hasta el final del trayecto, y en el que todo lo que podía hacer era pasar el rato de la forma más fluida posible.

En paritorio presenté mi plan de parto, las matronas me saludaron y me presentaron. Estaba muy contenta. Me preguntaron si quería epidural y dije que no, que el dolor no es lo mismo
que el sufrimiento y que yo no estaba sufriendo, que tenía un dolor gozoso. Me trajeron óxido nitroso, pero la mejor anestesia vino en forma de mano. Tu papá, muy cerca siempre, omnipresente y casi omnipotente para aquel cerebro animal y primitivo que salía con cada contracción, era la tabla de salvación y su mano el símbolo de que todo se puede conseguir si tienes fe.

Me prepararon la bañera, pero el fantasma del sufrimiento fetal y de los monitores de las 6 de la mañana todavía planeaba por aquel paritorio. La matrona no quiso pillarse los dedos y me dijo que si no estábamos seguras de que todo iba bien no me iban a meter en la bañera. Pensé "bueno, pero tengo un parto natural que era lo que yo quería" y le contesté "en fin, somos mamíferos de tierra". Busqué una posición más cómoda, de lado, en la que soportar las contracciones, las matronas me ayudaron. Eso sí, en cada contracción tenían que clavarme más el monitor fetal, me dolía casi más que las contracciones, pero no me lo podían quitar. Quería moverme y no podía porque estaba enganchada a esa máquina endemoniada. Pero como me estaba quejando me dejaron un rato tranquila y de pronto oí un "¡plop!". "No, bebé, no hagas eso", dije, como si tuvieras la culpa, pero obviamente no lo era. Había roto aguas espontáneamente y el líquido caía a chorros por la silla de partos. Casi lloro al pensar que definitivamente iba a dejar de sentirte dentro de mí, que ya no íbamos a ser una sola persona, que aquello significaba que el final de ser una entidad estaba próximo.

Pasó algo de tiempo, yo no era consciente de cuánto (o cuán poco). Estaba de 7 cms de dilatación cuando sentí necesidad de empujar y no pregunté: lo hice. La matrona me miró extrañada y me preguntó "¿Ya tienes ganas de empujar?" Dije que sí, que me moría de ganas, que era urgente y que me aliviaba. Sabía que no estaba en dilatación completa pero que me lo pedía el cuerpo. No me pusieron pegas, me dijeron que si notaba ganas lo hiciera. A las dos contracciones me volvieron a revisar. Estaba en dilatación completa y eran las 6 menos cuarto de la tarde. Me explicaron que había cuatro planos en el expulsivo y que tú estabas en el primero, íbamos a hacer una prueba a ver la fuerza que tenía al empujar. Llegó una contracción y lo hice por probar, llegaste a posición tres. Me puse muy feliz y pensé que no era tan difícil, además empujar me aliviaba. Así que en cada contracción empujé todo lo que pude. Notaba cómo te movías en cada una de las contracciones, siempre te agradeceré cómo te adaptaste para salir de mí, lo viva que estuviste, el trabajo en equipo que hicimos, fue un placer poder notar cada uno de tus movimientos en tu camino hacia la vida.

Tres empujones más y saliste. Primero la cabeza, la recuerdo como algo fácil aunque me asustó un poco pensar en que tenías la cabeza fuera y el tronco todavía dentro, era como algo de cine gore, como tener un alien entre las piernas. Me reí ante mi propio pensamiento. También había leído que se formaba una sensación de quemazón en el expulsivo, pero yo no noté nada de eso y lo estuve asimilando durante una décima de segundo, como un "Expectativa vs realidad". No me dio más tiempo a pensar en nada, llegó otra contracción y salió el resto de tu cuerpo, primero tus hombros y tras ellos todo lo demás como un caballo desbocado, resbalando. A las seis y diez de la tarde llegaste al mundo. Te intentaron poner en mi pecho pero el cordón era muy corto, así que tuvieron que esperar un par de minutos a que dejara de latir, tu papá cortó el cordón y nada más estar conmigo te enganchaste a mi pecho. Tu papá me dio muchos besos. Me dijo que había empujado conmigo, que él había parido igual que lo había hecho yo, que había en todo esto una fuerza sobrehumana y que él había estado luchando para que yo no me cayera de la silla de partos, pero que le había costado. Me hizo reír.

Y así viniste al mundo. Fue doloroso, pero no sufrí. Fue con diferencia el dolor más gozoso de mi vida. Cuando apareciste ya no hubo más dolor, sólo una necesidad de salir corriendo, de llevarte a mi cueva y protegerte. Para mí será un honor ser tu madre y criarte. Tu llegada me ha enseñado también a valorar al pedazo de compañero de vida que elegí hace ocho años. Tu padre es un gran hombre, de verdad. Aparte de guapo. Y está loco contigo. Todos estamos locos contigo, a mí me cuesta recordar un momento en mi vida en el que fuera más feliz que ahora mismo. Así pues, así viniste, y si alguna vez me lo preguntas, así te lo explicaré. Viniste con dolor, pero no con sufrimiento, sino con gozo y con felicidad. Tu manera de venir al mundo fue mi forma de reivindicar que podemos pedir un nacimiento como queremos para nuestros hijos, pero que hay que seguir luchando por hacer valer nuestros derechos. Espero que para cuando tú seas madre, la cosa haya cambiado.

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