Hoy ha amanecido soleado. Te has quedado en casa porque sigues enfermo y con la cara verde, morada y de todos los colores. No tengo ganas de hacer nada, tengo ganas de pasar el día contigo, aunque estés malo. Tengo ganas de decirte lo mucho que te quiero, como lo haría una amante que te escribe cartas de amor porque no se atreve a decírtelo a la cara. Tengo ganas de decirte que me haces feliz aunque no me hayas dejado dormir sonándote la nariz y dando vueltas en la cama, porque todo eso es secundario. Te quiero hasta echando el bofe por la boca.
A veces me siento idiota por no darme cuenta de lo que tengo en mi casa más a menudo, por no darme cuenta de lo muchísimo que te quiero y de lo feliz que me haces. Me siento tonta por protestar por naderías cuando lo realmente importante está en nuestros corazones, en nuestra burbujita. Y soy más tonta aún. Heme aquí, escribiendo furtivamente sobre sentimientos cuando estás en la habitación de al lado, probablemente vegetando por culpa de la fiebre, vulnerable y sintiéndote pequeño. Creo que voy a ir a la habitación a darte un beso y regalarte una sonrisa. Basta de acciones furtivas. Lo necesitas y lo necesito.
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