miércoles, 1 de abril de 2015

Buenos días, Mr. Darcy

- ¿Pero el Sr. Darcy no es el del prejuicio? - me preguntas.
- No, es el orgullo - contesto.
- ¡Pero yo no soy orgulloso! - protestas.

Me río mucho, si bien me siento impelida a explicarte el porqué digo que estoy casada con el Sr. Darcy. Antes de que saques el orgullo y me mandes a paseo, aunque a mí me haga mucha gracia.

- El Sr. Darcy - explico - tiene una curiosa forma de demostrar su amor. Por ejemplo, le dice a Elizabeth que tiene una casa muy bonita justo antes de declarársele. Ya ves, qué romántico es el muchacho.
- Yo soy romántico - me dices.
- Sí, ¿sabes cuál es tu concepto de romanticismo, el cual encuentro absolutamente adorable aunque exasperante a ratos?
- ¿Cuál?
- Si por la mañana digo que necesito dormir 5 minutos más, investigas mi ruta al trabajo y te pasas una tarde entera decidiendo con qué ruta puedo ahorrarme 7 minutos. Y esa noche, justo cuando vuelvo del trabajo, me entregas el itinerario que necesito hacer para poder estar 5 minutos más en la cama y llegar 2 minutos antes a la oficina. Y me lo entregas con una sonrisa perfecta, una cara de cachorrillo enamorado y un "Toma, porque te quiero". Ése es tu concepto de romanticismo.

Te quedas pensando, digiriendo mis palabras mientras te lavas los dientes. A los diez segundos, sonríes y luego empiezas a reírte. Asientes. Sabes que es verdad.

- ¿Y por eso soy como el Sr. Darcy? - me preguntas, mientras me miras pícaramente.
- Sí, justamente por eso.
- Entonces te pareces a la protagonista - replicas, aunque no te has leído la novela pero eres tan inteligente que infieres que Lizzie es el prejuicio en la historia.
- ¿A Elizabeth? - murmuro - La verdad es que sí, un poco. Es así idealista como yo, y tiende a prejuzgar a la gente. Eso es lo que le pasa con el Sr. Darcy. Ella ve orgullo pero en realidad él es como una patata social.
- ¿Qué pasó con ellos al final de la novela? - tu cara refleja interés, casi puedo verte leyendo a Jane Austen.
- Que se casan.
- ¿Y son felices? - preguntas, justo antes de enjuagarte la boca.
- Mucho - te replico, y sonrío.
- Pues eso es todo lo que importa.

En fin, con qué naturalidad ves las cosas importantes en una situación. Qué envidia sana me das.


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