domingo, 3 de diciembre de 2017

Amor del bueno, amor de verdad

Un día, estaba leyendo una entrada en un blog de música sobre la vida de la cantante Pink. Me gusta Pink porque es muy honesta. Escribe sus propias canciones y escribe, sobre todo, sobre su vida. El artículo hablaba sobre su ruptura con su marido, Carey Mulligan, con el que estuvo on y off durante un montón de tiempo, y su canción "So What", que escribió durante el corto tiempo en el que estuvo soltera. Y me recordó a nosotros, cuando aquel día te mandé a freír espárragos y tomé nuestra casa como si fuera una trinchera. Al día siguiente lo arreglamos con diálogo y con sexo del bueno, aunque seguía estando muy cabreada. Extremos que parecen irreconciliables y que a veces se dan en mi cerebro.

Tiempo después, Pink escribió "True Love", una canción que habla sobre lo que para ella es el amor de verdad. Suscribo el 100% de sus palabras. Es un sentimiento tan fuerte, tan extremo, que a pesar de que a veces me saques de quicio, te quiero con locura.


sábado, 2 de diciembre de 2017

Te amaba, te amé

Te amaba, joder. Te amaba tanto que quise estar contigo por el resto de mi vida, quise casarme contigo, ser la madre de tus hijos y hasta empeñarme viva si hubiera hecho falta, con tal de tenerte contento.

Y un buen día, con letras azules de chat, el cuento acabó. Así, sin más. Ya no hubo más tequieros, ni más noches de pizza, ni más cine independiente en mi casa, ni más noches en teterías viendo teatro experimental, ni blablablá muchas cosas intelectualoides que hacíamos y que me encantaban.

Me llamaste mil cosas, reprochándome un comportamiento que a todas luces se volvió errático a causa del desengaño. La verdad es que había dejado de comer, de dormir, de reír, de vivir, por favor, ¿cómo no iba a estar loca de remate si la privación de sueño te vuelve majara? Me forcé entonces a iniciar otra relación para demostrar que me importabas un bledo, y me puse a mostrar dientes cual Pantoja por Marbella, que entonces estaba de moda. Pero todavía me temblaron las piernas al verte por la calle durante mucho, mucho tiempo.

Y un buen día, todo eso se fue.

Empecé a caer en la cuenta de que no eras más que una persona normal, que no eras tan maravilloso, y que muy probablemente me habría acabado quemando en una relación como la nuestra, en la que a ti te sacaba de quicio mi misticismo, y a mí que tú no supieras poner una lavadora. Así que, tenías razón, aunque te comportaras como un bastardo en su día.

Han pasado quince años. He vuelto a la ciudad en la que tantas cosas viví contigo aquel año en el que fuimos novios y, si ahora te viera pasar, probablemente te sonreiría, te pararía, te preguntaría qué tal te va y me alegraría genuinamente de verte feliz si fuera el caso. No albergo ni un resquicio de dolor ni de rencor, menos mal. Sencillamente, se sanó. Pero no lo sanaste tú, lo sané yo, y bien que me costó. Tampoco diré aquello de "albergo gratitud porque aprendí mucho después de nuestra ruptura", porque eso no te lo agradezco, aunque queda muy bien lo de agradecer lo malo en los libros de autoayuda. Digamos que, a pesar del tiempo y de que ya no te ame, me sigues hasta cayendo bien.

No te imaginas la que lié para demostrarme a mí misma que podía volver a amar y que podía volver a sentirme amada. ¡La cantidad de tonterías que he hecho! Muchas de ellas en pleno estado de mis facultades, lo cual es aún más embarazoso. Pero bueno, ésa es otra historia. Lo único que quería decirte es que te deseo mucha felicidad, porque yo parece que le voy pillando el tranquillo a serlo y me gusta, es guay, está bien, todo el mundo lo merece. Así que, decírtelo así (aunque nunca lo vayas a leer) es devolverle a alguien a quien quise parte de lo que compartimos, porque sí, durante un tiempo me hiciste feliz y eso, amigo, sí es algo para agradecer. Allá donde estés, te mando un abrazo y una gran sonrisa.