miércoles, 2 de julio de 2014

En la biblioteca de los libros que nunca se escribieron

Hoy he vuelto a dejar una obra mía en la biblioteca de los libros que nunca llegaron a escribirse. Ésa que está sólo en el país del Señor del Sueño, donde hay un bibliotecario que viste un traje polvoriento y un cuervo que habla porque antaño fuera un hombre.

Como siempre, otra obra cumbre de mi mundo interior que queda disponible para soñadores de todas las nacionalidades, con argumento cambiante para todos los gustos y traducido a todos los idiomas hablados y por hablar. Qué fácil parece para este cerebro mío hacer historias de la nada, entregarlas en mitad de la noche y luego hacerlas desaparecer en un simple abrir y cerrar de ojos: el de mi primer pestañeo al levantarme por la mañana. No soy la única, porque ya sabemos que la biblioteca de los libros que nunca llegaron a escribirse está llena de primeras ediciones de grandes autores como Shakespeare, Cervantes, Pío Baroja, tú y yo. Volúmenes que cogen polvo en estanterías hasta que los pide prestados el bibliotecario de las gafas de aumento y el traje pasado de moda (aunque no para el sueño),  un soñador que se acerca por allí o el Señor del Sueño mismo. El préstamo dura tan sólo una noche, el tiempo que tarda otro soñador en escribir otra gran obra que en realidad nunca ha llegado a escribirse.

Cuánto daño me ha hecho Neil Gaiman, que ahora cuando sueño que escribo un libro siempre acabo entregándolo directamente en la biblioteca de los libros que nunca se escribieron.


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