martes, 15 de julio de 2014

La cuestión del refinamiento

Cuando era pequeña tenía especial relación con una tía abuela mía que era, digámoslo así, bastante repipi. Le gustaban los modales, los cubiertos bien puestos en la mesa y que habláramos bajito. Como persona puedo tener muchas opiniones de mi tía, pero como especialista en modales y protocolo me encantaba. Sabía para qué se usaban todos los cubiertos y cortar la fruta sin mancharse. De ella aprendí muchos de los modales que tengo hoy. Sin embargo, no soy el mejor ejemplo de modales refinados, o no manejo a la perfección el protocolo, ése que te hace ser refinado. Me crié en un barrio pobre, y por mucha pasta gansa que tuviera mi tía, en mi casa se desmenuzaba el pescado con los dedos y la fruta se pelaba a mano. Para terminar de redondear la faena vino la adolescencia, en la cual marcas tu territorio como puedes y a veces es mediante los malos modales, y con ella los novios que piensan que para ser guay hay que gritar, chuparse los dedos en vez de usar la servilleta y decir cualquier burrada con tal de sentirse especiales. Aprendí también eso igual que aprendí de mi tía.

Así que cuando hoy me dicen que hablo fina, o que tengo buenos modales, me río. Me parece tremendamente divertido esa noción o esa apariencia, cuando me considero a mí misma un camionero vestido de rosa. También me alegro al pensar que tengo lo mejor de los dos mundos.

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