sábado, 9 de agosto de 2014

¿Qué decir?

Me pregunto qué decir ante la incesante necesidad de decir monerías ante los amigos de mamá, de papá, de la vecina del quinto y hasta del gato. Por qué no puede un niño tan sólo ser introvertido y presentarse con una mirada. Por qué tenemos que dar besos, ser tocados, preguntados y hasta juzgados como "poco graciosos" si no contestamos algo divertido.

¿Qué decir ante esa clase de extrovertido que llega ante tu burbuja y la hace explotar en mil pedazos? Los que hablan y hablan y no saben disfrutar del silencio. Inmersos en sus propios temas de conversación, empeñados en compartir cosas que están fuera de sus mentes en lugar de dentro de ellas. Esos monólogos que no aportan nada porque no nacen de una reflexión profunda de esas cosas que están fuera, sino que son un pavonear de conocimientos vacíos. Y externos.

Normalmente saludo y escucho estoicamente hasta que se me hinchan las pelotas y cambio disimuladamente de tema para no decir eso de "la verdad, me importa un culo lo que me estás contando". Así que sonrío y cambio de tema, a veces con más arte, otras con menos. También me mantengo locuaz, o lo intento (a algunos, el uso de la función fática con un "aham" cada cierto tiempo les da una cierta sensación de que están siendo escuchados, mientras tu introvertida mente viaja a lugares más felices). Así lo aprendí cuando era una pequeña introvertida y me obligaban a besar a la gente, a saludar y a recibir molestos pellizcos en el cuello.

Así que me enseñaron a disimular mi introversión con una fingida extroversión, porque la extroversión está de moda. Los espacios abiertos en los lugares de trabajo, por ejemplo, son un clarísimo ejemplo de ello. Para los extrovertidos es la bomba, para los introvertidos es la peste bubónica del pensamiento creativo. Pero ellos sabrán. El mundo necesita a los introvertidos también, aunque algunos hayamos aprendido a camuflarnos como los camaleones.


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