jueves, 21 de agosto de 2014

Muros destinados a caer

He construido un muro de ladrillo y cemento para separar tu latido del mío. Me repito que así estaré preparada emocionalmente para lo peor, en caso de que suceda, en caso de que al final lo nuestro quede en una tira que cambia de color.

He pintado el muro de grafittis que hablan de esperanza. A veces le hago agujeros. Escarbo en el muro y te paso por las rendijas, de contrabando, café y azúcar refinada, porque son mis únicos vicios ocasionales. Pienso que quizá a ti también te gusten, lo mismo que me gustan a mí. Miro el muro todos los días y me recuerda al muro de Berlín, ése que todavía no conoces. Y me siento a su sombra, como una niña de Alemania Occidental esperaría a la aparición de ese niño con la cara sucia del otro lado, para compartir con él ositos de goma de muchos colores.

Quedan sólo unos días para saber cómo está todo. Y me siento esperanzada. Porque como en el 89, existe una amplia posibilidad de que ese muro caiga, como irremediablemente caen todos los muros, y se convierta en un puente. Y ya sólo quede la parte del graffiti donde hace poco pinté un corazón de color rojo sangre, el mismo corazón y el mismo color rojo sangre que nos une a los dos.


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