domingo, 22 de junio de 2014

Tremenda suerte

Íbamos en el coche y me decías que algunos gurús dicen que la felicidad llega, sin más. Me decías que no estabas de acuerdo. Me decías que creías que la felicidad es algo en lo que uno trabaja activamente, que es un trabajo a tiempo completo, que es una cosa en la que uno tiene que aplicarse.

Llevo digiriendo tus palabras varios días. Como me pasó con aquella otra conversación que tuvimos, la del sentido de la vida. Me gustan nuestras conversaciones y lo trascendental que te pones cuando quieres. Y pensar que siempre me dices que eres más mental que otra cosa, pero yo creo que tienes mucho de espiritual, más de lo que te gusta admitir. O quizá es que tras siete años juntos se te ha pegado un poco lo místico. Es como cuando yo no admito que tengo una parte insoportablemente fría y mental. Somos cuadros hechos jirones, en los que cada trozo de lienzo adquiere nuevos colores cuando se lo mira individualmente.

Tuvimos la conversación trascendental el viernes después de la oficina, cuando íbamos de compras, o de aventuras, o de lo que fuera que fuéramos (al final siempre acabamos haciendo algo totalmente diferente a lo esperado, eso es lo divertido). Es domingo por la tarde y todavía sigo dándole vueltas. Pero es un dar vueltas muy alejado del rumrum de una cabeza inquieta: se parece más a la gratitud de alguien que siente que su vida tiene sentido porque tiene un trabajo que hacer, el de ser feliz. Es un trabajo en el que me acompañas todos los días. Y si algún día hemos de partir uno del otro, tendré en mi mochila personal la sensación de haber aprendido de ti una lección muy importante, posiblemente la más importante de todas. Tremenda suerte la mía.

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