miércoles, 28 de septiembre de 2016

Una vida espartana

Me encantan las estancias y las vidas espartanas. La gente que no acumula, hacer limpiezas de primavera y de otoño, no apegarme demasiado a los recuerdos inútiles. Si tengo que quedarme con algo, prefiero quedarme con la pulsera de plástico que llevaron mis hijos en el hospital, a quedarme con ese pastillero horroroso que no voy a usar porque no soy muy fan de las pastillas.

Compro muchas cosas, y uso muchas cosas, pero me gusta todo lo práctico, lo sencillo y lo esencial. Amo las casas ordenadas y, aunque es difícil que permanezcan así con dos niños, un cierto orden me proporciona un poco de predictibilidad en medio del caos infantil. El yin y el yang.

Hace unos años yo era impuntual y desordenada. Creo que nunca fui ninguna de las dos cosas, en el fondo de mi ser al menos. Y creo que reaccionaba así como una especie de rebelión hacia figuras de autoridad.

Cómo cambiamos con el tiempo. Ni mejor ni peor, tan sólo a veces nos atrevemos a sacar lo que tenemos dentro. En mi caso, los años me han convertido en otra cosa, hasta cierto punto en otra persona. Y me he atrevido a sacar a esa persona ordenada, metódica, introvertida y amante de la vida tranquila que, creo, en el fondo siempre llevé dentro.

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