domingo, 30 de agosto de 2015

Me enamoré de un hombre libre

Me enamoré de un hombre libre, un hombre que me enseñó a soñar. Me enamoré de un duendecillo de inspiración y sonrisa fáciles, de un niño grande con ganas de comerse el mundo. Me enamoré de alguien que siempre confiaba en mí, que me apoyaba en todas mis locuras.

Durante estos cinco años en esta ciudad he visto languidecer a ese hombre. Le han metido en una pompa de jabón, desde la cual ve el mundo y su grandeza, desde donde le permiten ver, maravillado, qué es lo que hacen los demás. Le cuentan historias de lo estupenda que será su vida si hace lo que quieren otros para, a continuación, romperle la pompa. Entonces le dejan caer y le vuelven a meter en otra pompa, desde la cual se vuelve a repetir la escena. Sin capacidad para dirigir la frágil pompa de jabón hacia donde él quiere, cae para tan sólo volver a salir a flote durante un momento. Una indefensión aprendida de la que es muy difícil salir.

El teléfono, con su ominoso, insistente y constante pitido, se ha encargado durante este tiempo de recordarle cuál es el lugar que los demás han reservado para él. Le he visto levantarse a las dos de la mañana para resolver situaciones que, con un poco de sentido común, las podrían haber solucionado los demás. Le he visto bloqueado, triste, canoso. He visto cómo su rostro se llenaba de arrugas, cómo se pintaban infinitas ojeras bajo sus ojos. Le he visto infantilizado, usado, manipulado, privado de autoridad sobre su propia vida. He visto cómo se enfriaba su almuerzo, cómo le requerían en festivo, en domingo, a horas intempestivas o durante un fin de semana romántico. He visto cómo se ausentaba durante los primeros días de vida de su hija, porque alguien creía ser tan importante como para exigirle que renunciara a un momento irrepetible. He visto cómo se usaba su imagen, cómo se exhibía una perfección facebookiana, de familia de ensueño, cuando hasta a mí me costaba sonreír para la foto y eso que no soy parte de la dinámica. Finalmente, cansado, he visto cómo claudicaba, agachaba la cabeza listo para aceptar una vida que no era la suya, en un sueño que nunca fue el suyo, él que me enseñó que luchar por los sueños de uno.

Sigo enamorada de ese hombre. Sigo pensando que aquel niño grande con ganas de comerse el mundo sigue ahí, en alguna parte. Sólo le han metido en una pompa y le han enseñado a estar constantemente cayendo, pero a mi mirlo no le han cortado las alas. No pueden. Todavía vuela dentro de su mente, todavía se rebela, todavía se atreve a soñar aunque no lo dice. Oculta sus sueños tras una sonrisa tranquila. Pide cosas tímidamente: una licencia de software, una mensualidad de artes marciales... todos piensan que son sus hobbies, que no tienen importancia, cuando en realidad son sus anhelos más profundos.

En los últimos meses he visto apagarse las luces y caer el telón todas las noches, y nunca he visto a esas personas que tanto han exigido de él echar una mano. Nadie ha venido a limpiar el baño, ni a hacer la comida, ni a poner lavadoras, ni a calmar a nuestra hija. Ellos quieren la foto en facebook, lucir una imagen perfecta y profesional, y decir que somos todos muy felices. Y en nuestra casa es verdad: somos muy felices cuando no tenemos que aparentarlo. Porque si se aparenta, entonces es lo de siempre, vivir lo que otros quieren que vivas, sonreír para la foto cuando otros quieren que sonrías, soñar con la vida que otros quieren que sueñes, vivir donde otros quieren que vivas. Ese hombre grande con espíritu de niño, que no ha dejado de soñar, por fin se ha dado cuenta. Si nadie va a dar a cambio aunque sea venir en su ayuda cuando lo necesita, porque está rendido, porque no duerme, porque se preocupa por llegar a final de mes, a pesar de lo mucho que él ha dado por ellos, entonces, ¿qué le ata a la pompa que siempre cae? ¿Qué le debe a esa pompa y a esos sueños ajenos?

"Al fin y al cabo es una pompa de jabón", se dice ahora ese hombre, "¿qué me impide romperla?".

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