martes, 25 de agosto de 2015

Me dijeron que no podía

Me dijeron que no podía.

Que claudicara. Que "donde no hay, no hay".

Que se criaban muy bien con biberón.

Que lo que quería mi niña era comer.

Me dijeron que no era menos madre. Y es cierto, no lo habría sido por dar una botellita con una tetina. Pero no era mi elección.

Mi elección fue seguir luchando. Yo quería amamantar.

Y yo quería que respetaran mi elección. Pero no lo hicieron. No lo harían nunca. Lo dejaron bien clarito.

No me rendí.

En mi periplo, una y mil veces intentaron convencerme mediante el miedo. Me dejaron bien clarito que mi lucha era en vano. Que si ellas no habían podido, yo no podría tampoco. Que había muy buenas leches. Que era lo de menos la alimentación. Que era universitaria, ¡por Dios! Que cómo era que quería dar el pecho como las gitanas.

Y aun así, no me rendí.

Tengo una bebé sana, en un percentil 95 de altura y peso. Mi bebé tiene 4 meses y adora su teta. Es algo que sólo yo puedo darle. Es algo que ningún opinólogo podrá proporcionarle jamás. Sólo yo soy su madre, le pese a quien le pese. Sólo yo puedo amamantarla, le pese a quien le pese.

Aunque adoren darle biberones, no pueden. La niña no quiere biberones. Quiere su teta. Quiere a su mami.

La niña no quiere chupetes. No dejan que la engañen con trozos de plástico. Prefiere el calor de su madre, el tacto del pezón, el olor de la leche.

Es lista. Ella sí que sabe. Al contrario que los supuestos expertos en nada.

A todos los que dudaron alguna vez de mi capacidad para amamantar, quisiera mandarlos de una vez por todas a la mierda, que es donde deben estar. Sin importar si fueron sanitarios, gente cercana o el vecino del quinto. Por mí, por todas las mujeres que alguna vez quisieron amamantar y se vieron frenadas por la presión social, y por todas las que vendrán. Por todas las lactancias que se han cargado a base de hablar más de la cuenta.

Por todas las veces que deberíais haber respetado las decisiones de las madres que quisimos amamantar. O de las que decidieron dar el biberón. Por todas las veces que os entrometísteis en lo que queríamos hacer con nuestros hijos.

Por todas las veces que nos infantilizásteis a padres y madres. A nosotros, que fuimos capaces de concebir un hijo, llevar una gestación a término, dar a luz, emocionarnos con el nacimiento de un nuevo ser humano. La paternidad y la maternidad es algo único. Algo que no podéis arrebatarnos a base de presión social.

Por todo eso, os digo que no pudísteis conmigo, no esta vez. Aunque os escueza, que sé que lo hace. Esto me empodera, me llena de capacidad para mandaros a la mierda, a callar o a lo que me dé la gana. Sí, a vosotros, que no sois pediatras, que quizá ni siquiera hayáis amamantado o tenido un hijo en vuestra vida y vais de expertos por ahí. A los que os han criado hijos otras personas. A los que pensáis que los niños se duermen solos en su cunita o su carrito, por arte de magia, como si fueran Nenucos que cierran los ojos al tumbarlos.

Asumidlo.

Yo sobreviví a la opinología. Yo gané esta guerra.

Y me encanta restregároslo.

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