domingo, 23 de noviembre de 2014

Rojo, Blanco y Negro

Una flor se abre la vida. Tiene los pétalos rojos como la sangre. Su aroma es férrico, su existencia tan corta como lo permite la supervivencia. Lucir sus colores la lleva a una pérdida irremediable. Son carnes abiertas al sol, que se vuelven rosadas y paulatinamente blancas conforme este mundo duro y frío las acoge. Y ríen y lloran, olvidan poco a poco esas carnes abiertas y esa existencia férrica, se tornan blancas como la leche.

El olor ahora es dulzón y almizclado. Es el olor primitivo, el olor de los otros, el otros del intercambio, el de la dulzura del sudor y los impulsos. Su olor es el blanco, el color de lo que nos mantiene adelante, siglos y siglos, milenios y milenios. Con el tiempo ese blanco se vuelve menos puro, menos intenso, y otras tonalidades aparecen al apagarse.

Y negro.

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