Era un lunes de febrero. Yo estaba cansada. Mi nuevo jefe, sentado a mi lado con su traje y su corbata, me preguntó cómo estaba. Yo contesté "cansada".
- ¿Cansada? - me dijo él, un polaco de ojos azules ya entrado en años - ¡Pero si acabas de volver del fin de semana! ¡Pero si has estado descansando!
Sonreí lo mejor que mis ojeras me dejaron.
- Cansada, sí. - dije - Tengo una hija de diez meses, a la que todavía doy el pecho, que se despierta de noche, y estoy embarazada de tres meses. ¿Tú descansarías? ¿Tú lo harías mejor?
Sonrió y negó con la cabeza. Siguió trabajando en lo suyo.
Así que, cada vez que me dan ganas de juzgar la actitud de alguien que tiene hijos, su forma de crianza o la manera de llevar la autoridad con los peques, siempre intento preguntarme a mí misma si lo haría mejor.
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