martes, 9 de junio de 2015

Una tarde de primavera tardía

Hacía calor. Tomamos unas tapas en un bar cercano, donde ponen unos calamares fritos que para nada saben a freidora (todo un lujo) y esos bocadillos de lomo con alioli que tanto te gustan. La chica dormía en el capazo y, tranquilamente, nos fuimos a casa. Al llegar se despertó y le di el pecho, tú te echaste en la cama hasta quedarte dormido y yo, tras acabar la toma, me uní a ti en un abrazo caluroso y húmedo, de tarde de primavera tardía, de bochorno con olor a siesta.

Probablemente dentro de unos años no recuerdes esta escena, porque quede nublada entre recuerdos de otros momentos que llegarán y que, probablemente, te resulten más felices o más remarcables. Pero ahora mismo esa siesta, ese momento en el que te volviste y me diste un beso que fue como el del cuento de la bella durmiente, pues desperté del letargo de la cuarentena, está muy fresca en mi memoria. Ese beso fue como desperezarse cuando se ha dormido bien, incluyendo el mordisco que te di en el labio de abajo cuando ya te retirabas.

Me he quedado con el sabor de tu sudor en la boca, y me encanta.

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