martes, 23 de agosto de 2016

El pequeño viaje a Ítaca

Llevaba desde la semana 39 con contracciones de pródromos. Pero así llegué a la semana 41, concretamente al día 41+2, con cita para monitores y eco e ingreso al día siguiente (así es por protocolo en el hospital en el que iba a parir) y con bastante cabreo porque no me dejaran llegar a la semana 42, que es lo que la OMS consideraría una gestación prolongada. Pero bueno, pensé que ya era muy tarde para pedir alternativas y que, si no había más remedio que inducir pues lo haría divertido. Preparé música y libros para poder leer entre contracción y contracción, por si al final me inducían sí o sí. Hice el amor con mi pareja lo más que pude. Me puse un par de infusiones de frambueso, mientras tranquilamente escuchaba música y jugaba con mi hija de 15 meses. Ese día, la niña me pidió profusamente teta y dormir, así que nos fuimos a la cama a hacer la siesta como dos señoras.
A eso de las 6 se despierta la niña, se la lleva el padre a darle la merienda y yo me quedo en la cama, relajada porque quiero estar fresca para el día siguiente, y a las 7 me empiezan a dar contracciones. Pienso que es normal porque las tengo cada vez que la bebé grande mama o cuando llora, y se ha pasado la tarde entera enganchada. Pero no paran. Estoy echada, así que me levanto para ver si cambia la cosa. Me doy una ducha, bebo agua, y ya lo único que me faltaba era andar. Le digo a mi marido que me voy al Mercadona a comprar arena para los gatos que no nos queda. Así, tan feliz. Le hace gracia, así que viste a la niña, se ducha y se viene conmigo.
Mercadona, martes, las 8 de la tarde: hora punta de supermercado. Cómo me gustan las emociones fuertes. Y en el Mercadona, con toda la gente, no se me quitan las contracciones. Contracción en la frutería. Contracción en el pan. Contracción en los productos de limpieza. Contracción en línea de cajas... son llevaderas y cortas, como un dolor fuerte de regla que viene y va. Muy diferente del parto anterior.
De vuelta a casa, ya eran las 9, le digo a mi marido que llame a mi amigo, que se iba a quedar con la niña. Me como unas galletitas saladas y la fiesta no para. ¡Yuju!
Mi amigo llega a las 10 y la intensidad ha aumentado: yo estoy cantando en las contracciones, un aaaaaaaa que me ayuda un montón. A las 10 y media miro el patrón de contracciones en el móvil y son cada 3-4 minutos, ya llevo una hora así, se han regularizado. Ya no tengo dudas: estoy de parto. Nos vamos para el hospital.
En el hospital, casualidades de la vida, está de guardia la tía de mi amigo, que es gine. Él la ha avisado de que voy para allá. Son las 11 de la noche. Me mira y ni me pone el registro, para qué. Vaya cara de cromo (o de parto) que debo tener. Me pide permiso para un tacto y me dice que soy una campeona por aguantar tanto porque estoy de 7 cm. Yo que pensaba que estaría de 3 ó 4... y resulta que esto está casi ya y con velocidad de crucero. Entro por mi propio pie en paritorio, no hay tiempo de llamar a un celador y esperar, está descendiendo muy rápido e incluso me sacan del wc mientras orino por si lo acabo teniendo sola. El dolor que tengo no tiene nada que ver con el que tuve con mi hija en intensidad, es bastante soportable. Me echo en la silla de partos y me doy cuenta de que es el mismo paritorio en el que nació la niña. Al echarme, me relajo tanto que casi me quedo dormida. La gine se ríe y me dice que tengo la bolsa íntegra y que eso me está amortiguando mucho el dolor, y más echada como estoy. Entra mi marido y me piden permiso para un último tacto: estoy en completa y han pasado sólo unos minutos y un recorrido de apenas 50 metros hasta paritorio. Mi marido se sienta junto a mí. "Te quiero", me dice, y empieza a contarme la batallita burrocrática que ha tenido que librar para ingresarme. "Cállate", le contesto, mientras tengo una contracción. Necesito centrarme y respirar. "Ahora, cuéntame ahora", le digo al parar el dolor.
Medio grogui, en el planeta parto, es decir, chutada de endorfinas entre dolor y dolor, miro el reloj de pulsera de mi marido. Son las 12 menos 20 de la noche. Empiezo a estar cansada de tanta contracción y empiezo a tener ganas de empujar. Pruebo y empujo una vez y ¡plop! bolsa rota. Ahora las contracciones SÍ duelen, y grito. Pero este dolor es mi amigo, me está ayudando, porque ahora tengo verdadera urgencia por acabar con todo. Las contracciones se aceleran. Ya no puedo parar.
Mi hijo empieza a asomar pero ni siquiera estoy haciendo fuerza. De pronto oigo a la gine gritar "¡no empujes, no empujes, que te vas a hacer daño!". El niño viene con la mano en la cara, me voy a destrozar. Pero no soy yo quien empuja, es la madre naturaleza porque no estoy haciendo fuerza. El bebé sale de dos contracciones, primero la cabeza, la mano y el codo, todo a la vez. Luego el resto del cuerpo.
Está amoratado e hinchado, pero me parece el bebé más precioso del mundo. Se parece a su hermana un montón. Se había puesto la mano en la cara para evitar ahogarse, pues llevaba una vuelta de cordón. Lo que es el instinto.
La gine está muy preocupada porque piensa que he podido partirme toda, pero se sorprende al ver que sólo me he hecho un desgarrito de grado 1, a nivel de piel. Me van a dar 4 puntos. He tenido una suerte que ni yo me lo creo.
Casi salgo de paritorio por mi propio pie también. Pero me obligaron a ir en camilla por si me mareaba. Cosa lógica después de un parto.
Ésta es la historia del pequeño viaje a Ítaca que hice de la mano de mi hijo Ulises. Y todavía me río al pensar que al día siguiente me llamarían cuarenta veces, planeando ingresarme para la inducción.

lunes, 8 de agosto de 2016

Desconectando neocórtex

Adiós, matemáticas.

Hasta luego, memoria.

Nos vemos pronto, capacidad lingüística.

Hola, cerebro reptiliano. Te doy la bienvenida como a un viejo amigo.

A ti me encomiendo. Llévame por la senda de los instintos.

Hola, sistema límbico. Te abrazo.

Ayúdame a ser sentimiento puro.

miércoles, 3 de agosto de 2016

¿Lo harías mejor?

Era un lunes de febrero. Yo estaba cansada. Mi nuevo jefe, sentado a mi lado con su traje y su corbata, me preguntó cómo estaba. Yo contesté "cansada".

- ¿Cansada? - me dijo él, un polaco de ojos azules ya entrado en años - ¡Pero si acabas de volver del fin de semana! ¡Pero si has estado descansando!

Sonreí lo mejor que mis ojeras me dejaron.

- Cansada, sí. - dije - Tengo una hija de diez meses, a la que todavía doy el pecho, que se despierta de noche, y estoy embarazada de tres meses. ¿Tú descansarías? ¿Tú lo harías mejor?

Sonrió y negó con la cabeza. Siguió trabajando en lo suyo.

Así que, cada vez que me dan ganas de juzgar la actitud de alguien que tiene hijos, su forma de crianza o la manera de llevar la autoridad con los peques, siempre intento preguntarme a mí misma si lo haría mejor.